top of page

UN VILLANO LLAMADO PROGRESO, reseña     del cortometraje DIEZ MINUTOS, de       Alberto Ruíz Rojo.

 

Puede ser que hace varios siglos quince años no significasen demasiado, pero es en la           actualidad cuando, durante ese tiempo, se puede pasar de tener que reiniciar continuamente un router a que nuestra ubicación sea accesible casi para cualquiera. Así es como el cortometraje Diez minutos (2005), de Alberto Ruíz, puede resultarnos algo obsoleto en el año 2015. Aún así, este director supo captar de una manera original los peligros que acechan a la comunicación personal hoy en día; pero la originalidad no se vale por sí misma. Y en este problema puede que habite la pierna que le falta a Diez minutos para poder andar.

 

Enrique realiza una llamada a atención al cliente para conseguir un número, encontrándose este con una telefonista robotizada incapaz de saltarse una norma. Parece un argumento al que se le puede sacar partido hasta que comienzan las sobre explicaciones y los giros forzados de guión, acompañados de una música incoherente a la trama, para que la historia recorra el caprichoso camino que el director ha marcado. No es creíble que alguien le cuente a una tele-operadora las hazañas de su perro o los motivos de la fuga de su novia; pero menos creíble es que la telefonista de acero, hasta hace un momento, comience a llorar porque en menos de 10 minutos haya conectado con las penas ajenas de una persona desconocida. Aún así, exceptuando los interminables minutos en los que él intenta averiguar el número deseado, el director acaba jugando con la comunicabilidad del silencio, una paradoja que confirma las palabras del filósofo Drucker: Lo más importante de la comunicación es escuchar lo que no se dice.

bottom of page