
LAS GAFAS DE ANDERSON. Paul Thomas Anderson y la estereocopía en Inherent Vice.
En un Los Ángeles adicto, todo está borroso. Inherent Vice (Paul Thomas Anderson, Estados Unidos, 2014) es un viaje alucinógeno que nos traslada a los años sesenta de la mano de Doc Sportello, un detective privado azul. Pero no seríamos capaces (ni los espectadores ni el colocado Doc) de seguir el rastro a ningún sospechoso si no fuese por los líos en los que se mete su ex amante Shasta, una femme fatale roja.
Paul Thomas Anderson sitúa esta metrópoli en el estado de California, como no podría ser de otra manera; pero resulta que en un Los Ángeles estereoscópico (por esnifar tanto polvo de hadas), los espectadores necesitamos a Doc en nuestro ojo izquierdo y a Shasta en el derecho (como si de unas gafas anaglíficas se tratase). Solo así, con la ayuda de estos reincidentes y psicotrópicos personajes, podemos ver una ciudad tridimensional donde existe el movimiento, la vida, el crimen, las drogas y el vicio.
Entre amantes multimillonarios, asiáticas, viudas negras, drogas y más drogas, Anderson nos habla de la división clasista, que existía en los años sesenta, entre hippies y "gente normal" mediante una fotografía que parece bailar al ritmo de Radiohead, Neil Young o Chuck Jackson. El problema es que nada de esto tendría ni el sentido ni las suficientes dimensiones, si no fuese por esos dos colores protagonistas que consiguen que nuestro sistema nervioso se acelere, nuestras mentes se vuelvan adictas y que, durante dos horas y media, nuestra visión se entregue al puro vicio.
