LA DIRECCIÓN DEL ESPECTADOR. Crítica de "Vértigo", Alfred Hitchcock

Ahora es inconcebible pensar que en el Festival de Cine de San Sebastián de 1958 se estrenara una película titulada "Vértigo", dirigida por un británico llamado Alfred Hitchcock, que tuviera una recepción negativa. Y es que aunque el espectador medio de los años cincuenta en España fuera a trabajar en tranvía o cocinara con queroseno, sentía el mismo impacto y desorientación que siente una persona atemporal al ver esta película. Porque "Vértigo" es muchas cosas, pero sobre todo es algo que está sobrevolando la línea temporal cinematográfica, mientras mira desde arriba cómo muchas de las películas posteriores contienen referencias suyas.

La diferencia entre espectadores es que el actual tiene un bagaje que le permite comprender la trama oscilante, la hipnótica partitura de Bernard Herrmann, la temática perversa que mezcla amor y muerte y la actuación obsesiva de James Stewart, que junto con la técnica del retrozoom utilizada por Hitchcock, hacen que el vértigo aflore dentro y fuera de la pantalla.

"Vértigo", adaptación de la novela 'Sueurs Froides: d'entre les morts' de Pierre Boileau y Thomas Narcejac, cuenta la historia de John 'Scottie' Ferguson, un detective retirado que padece de acrofobia. Su antiguo amigo Gavin Elster le pide que siga a su esposa Madeleine porque sospecha que ésta ha sido poseída por el espíritu de su bisabuela Carlota Valdés. Pero esta es la sinopsis aparente; llegado a un punto ésta se sostiene con un guión pendular que va y viene entre Madeleine y Judy, la rubia y la morena, el amor y la necrofilia. Es por esto que el vértigo que sentimos al enfrentarnos a cada minuto de este film es incluso mayor que el que siente 'Scottie', quien parece haber perdido el juicio intentando rescatar al amor de su vida de entre los muertos.

Hitchcock es un grandísimo manipulador, juega con los sentimientos y emociones del espectador a su antojo. El director británico llegó a reconocer a François Truffaut que "prefería la dirección del espectador a la dirección de actores"; y esto queda reflejado en películas de su filmografía como "Psicosis" o "Los pájaros". Esa dirección del espectador la consigue con encuadres agobiantes, giros argumentales inesperados o, como en el caso de "Vértigo", con el toque subjetivo que hace que el espectador sienta lo que el personaje subjetivado. Es así como podemos sentir miedo al mirar abajo o al imaginarnos colgados de un edificio de más de veinte pisos; pero a lo que realmente tenemos vértigo es a la relación que surge entre John y Judy. Vértigo a los mandatos y a los sometimientos, a la enferma actitud del protagonista al querer convertir a Judy en una muerta con nombre y apellidos y, sólo así, sentir algo hacia ella.

Los inusuales créditos ya nos cuentan, a través de un rostro femenino, cómo va a ser la película: mientras las letras recorren unos labios, nos hablan de pasión; en los ojos que miran de un lado a otro nos hablan del miedo; y cuando todo da vueltas nos presentan el vértigo. Todo da tantas vueltas que en el final del film visitamos un espacio y una situación que ya habíamos vivido en otro punto de la historia. Pero ahora tenemos vértigo al ver subir a los protagonistas por las escaleras hasta lo alto del campanario. Nos han causado vértigo a la trama; vértigo a que 'John Scottie' cometa una locura o a que Judy Barton sea descubierta; vértigo a que la película acabe.

Para muchos, hablar de "Vértigo" es hablar de la mejor película de la historia del cine (queda demostrado con su primer puesto en la famosa lista de Sight and Sound) y hablar de Alfred Hitchcock es hablar del "maestro del suspense" que cambió la forma de entender el cine. Pero "Vértigo" sobretodo es una película que narra un romance fatal, mientras que su forma y técnica la convierten en imprescindible para entender lo que hoy conocemos por cine.